No prefería estar en ningún otro lugar del planeta, o incluso del universo que no fuera ese, nada podría haberme movido de allí en aquel instante, en aquel momento, su marcado rostro a oscuras mirándome fijamente, sus ojos adormecidos por el amor, su ya creciente bello en la cara y esa nariz tan graciosa, y por supuesto, sus labios cálidos a esperas de un beso más, besos que nunca se acababan, besos interminables, besos tan tiernos y significativos que me hacían temblar, eras tan precioso, tan perfecto, cuando cerrabas los ojos yo sentía morir, eras la persona más hermosa que había visto nunca. Una mirada tierna en tono infantil repentina que despertaba mi instinto maternal junto con rabietas de amor que escapaban en forma de suspiros o arrebatos de cariño como era apretujarte hasta sentir en dos personas solo una. Me hubiera gustado quedarme pegada a tus brazos, a tu pecho, a tu calor eternamente, regalándote mi cuerpo, mi vida, mi ser, todo lo que tenía, haciéndome enteramente tuya sin que importara nada, sin saber que harías, con mi entonces tuyo corazón, y era increíble sentir como había llegado al éxtasis del amor, como sentía que era imposible quererte mas.
No podía pedir más, lo tenía todo porque te tenía a ti a mi lado, con tu cabeza reposada en la almohada mirándome de nuevo con tus ojos oscuros directamente al interior de mi alma, escribiendo en sangre tu nombre para que quedará cicatriz después. No podía ser más feliz, y me pasaba las tardes de invierno, de verano, mas de 100 tardes en general, mirándote en silencio acostada a tu lado, sin percatarme del tiempo, de lo que pasara fuera, encerrada en esa caja oscura de donde ni el mismísimo diablo me hubiera sacado en aquel entonces, sin palabras, sin ni si quiera un roce de contacto a veces, solo mirando ese delicado rostro, ese rostro que el tiempo se llevó y que en ocasiones veo en sueños.
Sin duda ese era mi lugar preferido del mundo entero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario