"Mi corazón, igual que el de Machado, se ha dormido. ¿Se ha dormido? Este es el mío:
Duerme mi corazón
En tus cálidos brazos
En tus brazos de ensueño
En tu paciencia infinita
En tu mirada brillante
Mi corazón se ha dormido.
Esta es nuestra despedida, Adriana, o quizá nuestro encuentro. La Muerte me devolverá a la inmensidad del mundo. Me convertiré en sol, en viento, en montaña, en mar, en bosque, y podré acariciarte, ya no tendré miedo. El universo me parecerá un pequeño botón de nácar brillante, como aquellos que guardaba mi madre en una caja de raso acolchada y con los que solía jugar de pequeño a los tesoros. Desaparecerán los secretos, las dificultades, las burlas, las humillaciones. Desaparecerá esta opresión que me atenaza como una cincha de hierro, este caudal de angustia. Por fin he conseguido ver la cara dulce de La Muerte; te parecerá raro, pero la tiene. Hay que acercarse mucho a ella, situarse justo en el umbral para perder el miedo a su abrazo amargo. Siento próxima la calma que me espera al otro lado, como una estrella cadente que inundará mi alma de una luz blanca y me sacará de este poto tan negro. Ya no puedo seguir luchando, Adriana. Sabes que lo he intentado y, gracias a ti, creí estar próximo a conseguirlo. Pero sin tu presencia no podría lograrlo. Por ti he conocido el color de los sueños. He escuchado sus cristalinos sonidos. He sentido su aterciopelado tacto. He aspirado sus múltiples fragancias. He aprendido su misterioso lenguaje. He caminado a su lado por montañas y desiertos, por estepas y glaciares, por bosques y selvas. Los he visto agonizar a la blanquecina luz del alba y renacer a la dorada luz del crepúsculo. Quiero que guardes todos esos sueños en tus ojos, porque de allí han salido. Adiós, amor mío.
Duerme mi corazón,
con los ojos despiertos,
la mirada perdida
en sueños que se perfilan."
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